El Teatro Museo Dalí en Figueres destaca como uno de los destinos más populares en España, atrayendo a más de un millón de visitantes anualmente a este pueblo ubicado en el corazón de la provincia de Girona, en la Costa Brava.
El genio de uno de los artistas más icónicos y destacados de nuestro país, así como el querido hijo de la localidad, Salvador Dalí, ejerce un poderoso imán sobre los amantes del arte. Como el máximo exponente del movimiento surrealista, concebido por André Breton, la influencia de Dalí impregna cada rincón de este museo, un testimonio vivo que rinde homenaje a su genialidad.
En 1974, el artista dio vida a este museo, guiando todo el proceso creativo, y su deseo más profundo siempre fue que su ciudad natal, Figueres, fuera el hogar de un museo consagrado a su legado y memoria.
Incluso la ubicación seleccionada refleja este carácter arraigado. Dalí eligió el antiguo teatro municipal de Figueras, un edificio en ruinas a causa de un incendio (ciertas vigas quemadas siguen presentes por voluntad del artista). El museo ocupa este sitio porque fue allí donde exhibió por vez primera su obra.
Justamente enfrente se erige la iglesia de Sant Pere, lugar de su bautismo. En 1981, se añadió a la edificación la Torre Galatea, nombrada así en honor a su musa, amante y esposa: Elena Ivanovna Diakonova, mejor conocida como Gala. Este también es el sitio donde Dalí descansa en paz, de manera perpetua. De hecho, el Teatro Museo es simultáneamente el monumento conmemorativo del artista y su lugar de reposo final.
El producto final se materializa aquí. Un museo bajo la tutela de la Fundación Gala-Salvador Dalí, enclavado en un edificio sorprendente de tono rojizo, rematado con enormes huevos. Resguardado por prominentes maniquíes dorados y engalanado con innumerables panecillos esparcidos por la fachada… un lugar rebosante de simbolismo.
Una vez superadas las típicas filas de entrada (se sugiere adquirir las entradas previamente en línea), los visitantes se encuentran con un patio central en el que domina un imponente automóvil, el «Cadillac de la Lluvia», con la «gran Esther sobre su capó».
Fue un regalo de Dalí a Gala. Este coche tiene un gran significado, ya que Dalí creía que un artista era genuino si podía permitirse comprar un automóvil. No obstante, el Cadillac estaba reservado únicamente para los genios. Como curiosidad, la unidad exhibida es casi única, con solo seis réplicas en todo el mundo. Al Capone fue otro de los «célebres» propietarios de este modelo.
Un desfile de maniquíes dorados, reminiscentes de los premios Óscar de Hollywood, nos da la bienvenida desde diversos puntos, atrayendo a espectadores que contemplan el espectáculo. Una vez que nos acomodamos, comienza un viaje a través de la más grande colección de obras de arte del artista. Un punto de partida para explorar sus distintas etapas artísticas: desde el impresionismo y el futurismo hasta el cubismo y finalmente el surrealismo. Más de 1500 piezas en total, abarcando diversas formas de arte. Aunque se proporciona un mapa y las salas están numeradas, se sugiere realizar la visita con total libertad.
Desde el patio, nos adentramos al escenario, dominado por la impresionante cúpula que es emblema del edificio. Entre los innumerables detalles, uno en particular capta la atención: el imponente telón o mural con un busto gigante y una abertura en el pecho.
En el extremo opuesto, un óleo inmenso: «Gala mirando al mar», una obra curiosa que, si se observa desde lejos, muestra el rostro del presidente Lincoln. Un experimento digital que resalta la visión artística siempre lúdica de Salvador Dalí. Sobre nuestras cabezas, figuras que realizan gestos heroicos. Motivos religiosos… Casi nos parece encontrarnos en una suerte de capilla Sixtina, aunque sumamente teatral y profundamente surrealista.
Hablando de realidades dobles. Las filas advierten que algo excepcional aguarda en una sala. La multitud está allí para presenciar la instalación más icónica del museo: la habitación que se transforma en el rostro de Mae West, con un sofá rojo en forma de labios carnosos, una chimenea y una peluca gigante, diseñada por Llongueras y registrada en el Libro Guinness de los Récords.
Para contemplar esta escena, es necesario subir una pequeña escalera y observar a través de una lupa que ayuda a comprender la composición. Las salas continúan y se distribuyen en tres pisos; poco a poco, te encuentras con relojes derretidos, referencias al mundo taurino, huevos diversos, caracoles que se arrastran… Así, te encuentras con obras emblemáticas como la «Galatea de las Esferas» y la sala con frescos en el techo que muestra a Gala y Dalí ascendiendo a los cielos…
Y una de las partes que más cautivan: el rincón dedicado al inconfundible bigote de Dalí, repleto de fotografías que capturan ese distintivo mostacho, con el que el artista jugaba y retorcía como si fuera un objeto más. En realidad, él solía relatar que eran «las antenas» por las cuales canalizaba la inspiración.
Antes de despedirte, tienes la oportunidad de pasar junto a la tumba del artista, ubicada bajo la cripta. Se cuenta que en vida, a Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech le gustaba observar las filas que se formaban para ingresar al museo desde un balcón privado. ¡Estamos seguros de que su espíritu sigue haciendo lo mismo!
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